Después de nuestras dos semanas en Saigón, continuamos nuestro camino hacia Camboya.
Camboya es un país del cual solo había escuchado hablar en películas o en campañas de la ONU para ayudar a países necesitados.
Sabía acerca del terrible genocidio por el cual habían pasado, y también sabía que Camboya era uno de los países más pobres de Asia.
Por un lado, Begüm y yo estábamos un poco dudosos acerca de Camboya.
Nuestra amiga de Hong Kong a quien conocimos en Saigón nos había dicho que Camboya no era seguro por que hay muchas mafias chinas.
Y leyendo en internet te sugieren no adentrarte mucho en las zonas fronterizas o del norte ya que todavía hay minas de la guerra sin identificar.
Camboya es un país que desafortunadamente todavía tiene malaria -que se transmite por medio de mosquitos- aunque nuestro doctor en Bélgica ya nos lo había advertido y veníamos preparados con mucho repelente contra mosquito con DEET (un químico especial) y también con pastillas anti-malaria (aunque estas últimas no las consideramos necesarias afortunadamente).
Después de pensarlo, decidimos ir ya que teníamos muchas ganas de conocer el Angkor Wat.
Así que compramos billetes de autobús con una compañía que según otros viajeros es confiable y segura.
Nos despertamos un miércoles por la mañana, desayunamos y preparamos nuestras maletas, y cuando salimos nos dimos cuenta de que íbamos tarde.
El autobús salía a las 9:30am y salimos del piso a las 9am. El tráfico era bastante pesado y nuestro distrito estaba un poco lejos del lugar de salida.
Con suerte pudimos llegar 5 minutos antes de partir.
Para nuestra sorpresa el autobús era bastante cómodo: con wifi, nos dieron botellas de agua y croissants.
Habían dos conductores que se iban a intercambiar a mitad del camino y había una chica que era una especie de guía para resolver cualquier pregunta y ayudarnos a cruzar la frontera.
Salimos de Saigón y me di cuenta que las autopistas vietnamitas son bastante buenas. Los conductores conducen bastante bien y existe cierto orden en el camino.
Llegamos a la frontera y cruzamos el lado vietnamita sin problemas.
Al adentrarnos ya en territorio camboyano, antes pasar el control de pasaportes hicimos una parada en una zona especial.
En esa zona hay una tienda duty free, en donde puedes encontrar perfumes, relojes, ropa… Todo de lujo.
No había gente, parecía una bodega semi-abandonada con un par de empleados.
Algo bastante surrealista si pensamos que Camboya es un país bastante pobre. Tengo la sospecha de que es una especie de negocio del gobierno para sacar dinero del turismo.
Eso sí, solo se aceptan dólares.
Ya en el control de pasaportes había una oficial de mal humor que le gritaba a todo el mundo. Cuando nos sellaron el pasaporte, un señor muy amable nos preguntaba de dónde veníamos y nos daba la bienvenida a Camboya.
Continuamos nuestro camino en el autobús. Los choferes se intercambiaron, y la experiencia cambió.
La autopista en Camboya es de dos sentidos y cada sentido tiene un solo carril. Y como es una autopista bastante transitada, es muy común rebasar al de enfrente pasándote al otro carril con el trafico en tu contra.
Como íbamos retrasados (nos tardamos más de lo esperado en la frontera), nuestro nuevo chofer decidió ir más rápido y rebasar constantemente.
Alguna vez una amiga en Chiang Mai me dijo: déjate llevar por cómo funcionan las cosas en el Sudeste Asiático. De alguna forma funciona.
Así que eso hice, y acepté que así es como funcionan las cosas aquí.
Después de varias horas de un camino bastante particular, llegamos a la capital Phnom Penh.
Y fue aquí cuando nos dimos cuenta que Camboya iba a ser un sitio muy especial.

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