Siem Reap es la segunda ciudad más importante de Camboya y es hogar del Angkor Wat, el templo budista-hinduista más grande del mundo.
Llegamos a nuestro hotel alrededor de las 4 de la tarde. Después de un viaje de 5 horas, Begüm y yo estábamos cansados pero nuestra emoción por conocer podía más (y también el hambre).
Después de ponernos repelente con DEET por todos lados, pedímos un tuk-tuk que nos llevó hacia el centro de la ciudad para cenar en Madam Moch, un restaurante de comida Khmer (la cultura originaria de Camboya) que es bastante recomendado.
Lo primero que noté es que en Siem Reap la vida fluye de manera lenta. A comparación de Tailandia o Vietnam, aquí la gente no lleva prisa.
Al haber sido parte de la colonia francesa de Indochina, algunas esquinas y casas tienen vestigios y colores pasteles que le dan un aire del sur de Francia. Todo ello mezclado con un toque local que le da una esencia colonial única.
Nos sentamos, y por primera vez desde que dejamos Chiang Mai pude sentir cierta tranquilidad y calma de pueblo. La vida cotidiana me recordó un poco a los pueblos del sur de México.
Nuestro camarero vino a explicarnos el menú con una sonrisa y simpatía exuberante. Nos preguntó de donde veníamos, nos dio la bienvenida en español y turco (un camarero políglota), y nos dio detalles de los sitios a los que debíamos ir en la ciudad.
Para beber pedímos un smoothie de fruta de la pasión que nos encantó.
Y para cenar pedimos un platillo local que se llama samlor machoktis que es un curry con pollo a base de coco con un poco de picante. Nos gustó tanto que pedimos una tercera ración para compartir.
Estábamos bastante satisfechos pero no podíamos irnos sin probar un postre, así que pedimos un pan de plátano que estaba espectacular.
Barriga llena corazón contento, así que le dimos las gracias a nuestro camarero, prometiéndole que volveríamos (lo cual hicimos un par de días después) y emprendimos nuestro camino hacia el centro caminando por las calles de Siem Reap.
Al caminar pude ver la variedad de restaurantes internacionales que hay: comida india, turca, mexicana (incluso pudimos ver un restaurante de comida turca y mexicana), una panadería Eric Kayser, un Hard Rock Café… Siem Reap está diseñada para recibir y complacer a extranjeros.
Mientras caminábamos pude escuchar a franceses (la nacionalidad más numerosa), españoles (un numero significativo para mi sorpresa), australianos, rusos…
Llegamos a la calle de los bares (‘ahí van los turistas’, nos había dicho el camarero), llena de luces de todos los colores con bares (claro está) y restaurantes.
No nos llamó mucho la atención, asi que continuamos nuestro camino hacia un templo budista cercano.
Como todo templo budista, este estaba pintado con muchos colores. Las paredes tenían imágenes de la historia de Buda y de cómo alcanzó el Nirvana.
En el centro, una estatua de Buda. Curiosamente sin la sonrisa que tienen los Budas en Tailandia (más tarde me enteraría que los Budas en Tailandia reflejan la sonrisa de la felicidad que los Tailandeses quieren reflejar en sus vidas).
Ya un poco cansados, volvimos al hotel para prepararnos para nuestra visita al Angkor Wat el día de mañana.

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