Angkor Wat, parte 1

Entrar a la ciudad antigua de Angkor (la cual incluye el Angkor Wat) no es barato, habíamos pagado 60 dólares por persona para entrar 2 días a los templos.

Camboya quiere hacer de Angkor Wat un destino de lujo, y es así como la ciudad se empieza a llenar de hoteles y experiencias fuera del alcance de muchos -más caro que los vecinos Vietnam y Tailandia-.

Esa mañana, nuestro guía Ti Wir -un camboyano muy sonriente- nos esperaba en el lobby del hotel. Habíamos decidido pagar por un guía privado y no ir en tour por que queríamos tener una experiencia mas personal y no ir a las carreras.

Todo lo que es la ciudad de Angkor es enorme, se encuentra a unos 20 minutos de Siem Reap. Es tan grande que todavía existen templos abandonados que están cerrados al público.

Por las mañanas, Siem Reap tenía un aire frío. Asi que el viaje del hotel a Angkor en tuk-tuk fue refrescante, tanto Begüm y yo llevábamos pantalones cortos.

Nuestro primer templo fue Angkor Wat: el templo más cercano a la entrada de la ciudad y el más grande y conocido a nivel mundial.

No había tanta gente como yo esperaba, tal vez por que era relativamente temprano.

Mucha gente viene a ver el amanecer (dicen que no hay amanecer como el que hay en Angkor Wat), aunque Begüm y yo decidimos no hacerlo por el tema de los mosquitos.

Cruzamos el puente que hay en la entrada (el complejo está rodeado por un lago), y llegamos.

Lo primero que notamos es que el templo está compuesto por pasadizos que recorren la parte exterior.

Las paredes -tanto exteriores como interiores- del templo están grabadas con inscripciones hinduistas que describen las leyendas propias de la religión, como la del océano de leche en donde los dioses obtienen el néctar de la inmortalidad.

Conforme te adentras en los pasadizos, te topas con estatuas de dioses como por ejemplo de Krishna. Muchos turistas indios y gente local les pone velas y se quedan un rato rezando frente a estas estatuas centenarias.

En cuanto pasas el complejo exterior, llegas a una gran explanada llena de plantas y césped en donde se encuentra el templo principal, coronado por tres torres.

Begüm y yo recorrimos la explanada y entramos al templo principal. El clima era cálido ya y el sol brillaba sobre nosotros.

En el templo principal hay unas escaleras muy empinadas para subir a las tres torres. Muchos turistas deciden subirlas para ver las ofrendas en lo alto de las torres y ver las vistas de Angkor. Yo decidí subir y Begüm me esperó abajo.

Las vistas de la selva y el lago que alojan a la ciudad de Angkor son espectaculares, y aunque bajar las escaleras después no fue tan divertido.

Salimos de Angkor Wat muy contentos e impresionados, y fuimos en busca de nuestro guía.

Ti Wir nos llevó en el tuk-tuk al segundo templo.

En el camino, pasamos por la selva, pasamos un puente antiguo decorado con estatuas de serpientes que cuentan una historia y entramos por la Puerta del Sur.

Llegar al Templo de Bayón es sentirte en una película de Indiana Jones.

Las columnas tienen forma de caras, el color de las paredes es de un color cenizo, e incluso la luz que entra en el templo lo hace sentir muy místico.

En el templo se aloja un grupo de macacos, y puedes verlos ir de aquí hacia allá.

El Templo de Bayón sin duda fue uno de mis favoritos ya que pude tomar fotos con muy buena luz y capturar un poco de su esencia.

Posteriormente pasamos a ver varios templos cercanos, como el templo Baphuon en donde puedes ver a un Buda reclinado gigante esculpido en la estructura misma del templo.

También vimos la terraza de los elefantes que es en donde la realeza solía estar y ver los eventos que se realizaban en la explanada frente a los templos.

Alrededor de la 1 de la tarde Begüm y yo ya teníamos hambre. Habíamos caminado mucho y el calor te hacía cansar el doble. Así que fuimos con Ti Wir y nos llevó a uno de los únicos restaurantes de la zona.

No habíamos investigado mucho sobre restaurantes de manera previa. Queríamos ir con la corriente. Y vaya sorpresa que nos dimos…

Llegamos a un restaurante que es en donde la mayoría de los guías turísticos llevan a los turistas, así que estaba lleno de gente.

El restaurante se veía rústico, con decoración algo vieja y sin mucha inversión pero listo para acomodar a gran cantidad de personas.

Nos sentaron junto a la entrada de la cocina, que tenía la puerta cerrada. Cada que un mesero o mesera entraba o salía se aseguraba que la puerta estuviese cerrada muy bien.

Tuve la sensación de que no querían que viéramos la cocina por alguna razón. Y los comentarios de las personas en internet describían justo lo que pensábamos: una trampa para turistas.

Comida cara y sin sabor, y de algún modo los dueños habían hecho un trato con los guías para que llevaran a los turistas a ese restaurante.

Mi mayor preocupación era la higiene: después de cuidarnos tanto, no queríamos que la comida de una trampa para turistas nos enfermara.

Y cuando vimos los aseos, tampoco es que nos quedaran ganas de comer algo, pero teníamos que hacerlo si queríamos continuar nuestro recorrido.

Así que pedimos lo más básico que pudimos: tallarines con verdura cocida. Y si bien no fue un platillo Michelin, fue lo suficiente para esperar a la cena.

Afortunadamente no tuvimos problemas después de pasar por esa experiencia, pero aprendimos la lección de hacer la tarea de investigar antes de ir a cualquier sitio turístico.

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