Tailandia es un país muy diverso y tolerante. Creo que es de los países más abiertos en los que he estado sin duda.
Mientras el centro y norte del país es budista, el sur de Tailandia tiene la particularidad de tener una comunidad musulmana significativa.
Muchas regiones del sur fueron parte del sultanato de Pattani antes de ser conquistado por el reino de Siam, el cual se convirtió posteriormente en lo que hoy es Tailandia.
Cerca de nuestro hospedaje tenemos una mezquita que llama a la oración varias veces al día.
Empieza a las 5am, aunque con los tapones para los oídos que traemos no nos molesta.
Las tiendas y los restaurantes en nuestros alrededores son halal, y la mayoría de las personas que los atienden llevan algún atuendo que los identifica como musulmanes.
Aquí pudimos notar una diferencia entre los budistas y musulmanes: mientras que hay más budistas dueños de negocios, los empleados y personas de clase inferior suelen ser musulmanes. Incluso en el color de piel puedes notar cierta diferencia (los musulmanes suelen tener un tono de piel más oscuro).
Frente a nuestro hotel tenemos una escuela islámica, en donde solemos ver a niños con sus vestimentas tradicionales jugando y corriendo, tal y como lo vi en la escuela de monjes budistas en Chiang Mai.
Mientras caminamos hacia el café que tenemos cerca, los niños nos gritan ‘hello!’ y se ríen. Nosotros les devolvemos el saludo con una sonrisa.
Igual pasamos por la frutería en donde la dueña -llevando su hiyab- nos dice que hoy si tiene mangos, ya que siempre le preguntamos por mangos y algunas veces no tiene.
También pasamos por una casa en donde está un señor de la tercera edad que siempre está sentado observando el día pasar. Le sonreímos y él nos sonríe de vuelta.
Esto podría ser cualquier pueblo de México, aunque creo que la gente en Tailandia es un poco más relajada.
Conocer otras culturas y tradiciones me hacen recordar que incluso la gente al otro lado del mundo no es tan distinta a mí, por más que las noticias me lo quieran vender de otra manera.


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