Mi árbol favorito

Hasta Septiembre del año pasado vivíamos en Rue Buchholtz, una calle de la céntrica comuna de Ixelles, en Bruselas.

Me gustaba nuestro piso por que era cómodo y muy práctico. Teníamos parques muy cerca, supermercados y panaderías.

Pero lo que más me gustaba de ese piso era una ventana muy grande en el salón desde la cual podías ver la calle.

Se veía a la gente pasar, el cielo azul o gris dependiendo del día, a los feligreses que iban a misa en la iglesia escocesa justo enfrente y, sobretodo, podías ver como se movían las hojas de un árbol sauce blanco que estaba dentro de una casa en nuestra calle.

El árbol era enorme y le daba un toque majestuoso a nuestra calle. Sus hojas se movían al ritmo del viento y hacían un sonido que daba tranquilidad a todo aquel que pudiera y quisiera escucharlo.

Me gustaba observar desde la ventana -con una taza de té- los colores que brotaban cada temporada en el árbol. En otoño sus hojas eran amarillas como la miel, en diciembre sus hojas caían y nos recordaba que había que abrigarnos, en primavera volvía a florecer e incluso brotaban algunas flores rosas de él, y en verano lucía sus hojas verdes relucientes.

Cuando no sabía si hacía mucho viento afuera, me gustaba voltear hacia la ventana y observar si las hojas y ramas del árbol se movían.

Era sin duda mi árbol favorito, y una parte que hacía de mi vida en Bruselas un poco más bonita.

Hoy estando en Bruselas, pasé por mi antigua calle y vi algo que me revolvió la mente: durante el día hizo tanto viento que hizo caer al sauce blanco.

Viendo como los bomberos intentaban quitar las ramas de la calle, le eché un último vistazo y le agradecí haber pasado por mi vida, haberla echo más verde y haberme traído muchos ratos de reflexión.

Este hecho me recordó que no todo en la vida es permanente, todo es temporal y que hay que disfrutar de todo aquello que nos hace felices en el momento en el que nos hace felices.

Yo por mi parte, guardaré el recuerdo de mi árbol favorito.

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