Cuando vine por primera vez a Estambul hace tres años, me sorprendió mucho el parecido que le encontré con la Ciudad de México.
Turquía es -en muchos sentidos- un país similar a México: una economía en desarrollo; un país entre dos mundos (México entre Norteamérica y Latinoamérica, Turquía entre Europa y Medio Oriente); una sociedad dividida por clases sociales (México) y la otra por religión (Turquía).
Una de las particularidades de la sociedad Turca es su ritual del té.
Mientras que en México la vida social se hace alrededor de la cerveza, en Turquía se hace con el té (o ‘çay’, en Turco).
Ya sea en el desayuno con tu familia, en el almuerzo con tus colegas del trabajo, o por la tarde en una cafetería con tus amigos. A todas horas es hora de tomar el té.
Y, lo que comenzó como un intento por adaptarme a la cultura Turca, el ritual del té terminó por convertirse en una parte integral de mi modo de vida.
Por distintas razones, hoy trabajé desde tres diferentes sitios cerca de mi piso en Estambul: en un co-working subvencionado por el ayuntamiento, en una cafetería hipster, y en una terraza en donde me senté a disfrutar del buen tiempo que hace… no sin mi té.
En el co-working pagué 10 liras turcas (o 25 céntimos de euro) por un vaso. En la cafetería pagué 50 liras por la misma cantidad, y en la terraza 70 liras.
Esto me hizo chocar con la realidad Turca y su inflación del 50% (la quinta más alta del mundo). Lo que contrasta con las 15 liras que pagaba hace 3 años en cualquier cafetería o terraza.
En Francia, los franceses ya habrían quemado la mitad de París para exigir un cambio si esto le hubiera pasado al croissant.
En Turquía, la vida sigue… y el çay se sigue sirviendo.

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